“¡No te puedes morir!, ¡no te puedes morir!”, le murmura el padre al ensangrentado y mutilado niño que yace inconsciente en su regazo.
Sus manos presionan el apuñalado estómago del niño para no dejar que sus vísceras se salgan. Llora desconsolado.
“¡Escúchame!, ¡no te puedes morir!” repite. “No hasta que se haga justicia”.
Los dos viajan en una furgoneta camino al hospital en Dhaka. No es la manera más efectiva de transportar a un niño moribundo a través de las congestionadas y estrechas calles de la capital de Bangladesh. Pero es todo lo que el pobre padre puede pagar.
Horas antes, cuatro hombres rodearon al niño de 7 años, lo ataron de pies y manos y le rompieron la cabeza con un ladrillo. Lo sostuvieron y le cortaron la garganta con una navaja. Le rebanaron el pecho y su estómago formando una cruz de cabeza.
Y en un acto brutal final, lo seccionaron lateralmente, cortándole el pene y su testículo derecho.
“Es increíble que esté con vida”, diría después un doctor. “Me sorprendió que no se haya desangrado antes de llegar al hospital”.
Esta es la historia de un niño que no solo sobrevivió, sino que ahora es testigo clave en un juicio que ha obligado a Bangladesh a confrontar la cruel práctica de la mendicidad forzada.
También es la historia de unos extraños, que con medio mundo de distancia se han propuesto mostrar al niño que existe el bien en igual medida que existe el mal, lo que ha desatado una reacción en cadena de generosidad para hacerlo sentir completo otra vez.
Por su seguridad, CNN decidió no mencionar el verdadero nombre del niño.
Por su fortelza para sobrevivir, le llamaremosOkkhoy, la palabra bengalí que quiere decir “irrompible”.
‘Maldad pura’
Casi han pasado dos años. Cicatrices profundas marcaron el cuerpo de Okkhoy.
Tiene miedo a salir de noche. Cuando el sueño llega finalmente, se despierta gritando. “Ya, ya”. Su padre, a quien llamaremos Abed, lo consuela. “Mientras esté yo aquí, el diablo no te volverá a lastimar”.
El ataque sucedió a finales del 2010, unos días antes del festival musulmán de Eid. Tres jóvenes del área sacaron a Okkhoy de su casa con la promesa de darle una paleta.
“Insistían en que caminara por ciertos lugares”, recuerda Okkhoy. “Yo preguntaba '¿por qué?' ”.
Sus sospechas crecieron, Okkhoy dice que quiso regresar a casa cuando un grupo de vecinos del lugar lo tomaron y lo llevaron a un callejón.
“Me amarraron y me dijeron que me obligarían a mendigar”, dice él. “Les contesté, 'los conozco a todos y le voy a decir a mi padre'”.
En ese momento, uno de los hombres tomó un ladrillo y le pegó en la cabeza.
Cayó al suelo y afortunadamente, perdió la conciencia. Lo que siguió fue aún peor, un acto que las autoridades describieron como "maldad pura".
“Este niño tenía todo su futuro por delante y ellos lo destruyeron”, señaló Mohammed Sohail, comandante de la unidad élite anticrimen, el Batallón de Rápida Acción. “Ellos pensaron que había muerto”.
Los atacantes dejaron a Okkhoy a un lado de una bodega, con la intención de regresar después y tirarlo al río.
Su madre, que había salido a buscar a su hijo perdido, lo encontró.
“Casi no lo reconocí, estaba tan manchado de sangre”, recuerda ella.
Con toda la energía que pudo reunir, la madre, histérica, llevó el débil cuerpo del niño a un lado del camino principal. “¡¿Quién mató a mi bebé?!, ¡¿quién mató a mi bebé?!” se lamentaba.
Abed, avisado por un vecino, llegó al lugar.
“Sentí como si el cielo se me cayera encima”, dice él. “Como padre, no hay dolor más grande en el mundo que saber que no pudiste proteger a tu hijo”.
Okkhoy pasó tres meses en un hospital de Dhaka, donde los doctores cosieron sus heridas. Pero no pudieron hacer mucho para reparar su órgano cortado.
Una práctica despreciable
En occidente, la problemática de mendigar salió a la luz en la película ganadora de un Oscar, Slumdog Millionaire, en la que un niño de Mumbai, India, es cegado intencionalmente para ganar más dinero de limosna.
Pero la existencia y subsistencia de las mafias de mendigos es un secreto a voces en los países de Asia del Sur.
Sentir lástima, paga.
Entonces, las bandas raptan y mutilan a los niños porque saben que probablemente conmoverán a los peatones.
Casi la mitad de los 150 millones de personas de Bangladesh viven con menos de un dólar al día. La economía es lenta, lo que dispara la pobreza.
Y cada día trae un nuevo lote de niños y niñas cocinados por el sol, quienes se asoman a las ventanas de los autos para llamar la atención hacia su desfiguración, una manera desesperada de sobrevivir.
El Departamento de Estado de Estados Unidos, en su reporte de Tráfico de Personas del 2012, describió que la situación es uno de los problemas en el que Bangladesh necesita desarrollar un acercamiento comprensivo de prevención y condena.
Mendigar está prohibido en el país, al menos en el código penal. La condena es un periodo de tres años en la cárcel.
Pero la justicia es débil y por ahora, los dueños de este circo cruel están por encima de la ley.
Una nación ofendida
El caso de Okkhoy hubiera pasado desapercibido si no hubiera sido por la oportunidad que tuvo su papa de reunirse con Alena Khan, abogada de derechos humanos.
Cuando Abed fue a la policía para reportar el ataque, le dijeron que el caso ya estaba en los libros.
Alguien que se identificó como el tío del niño le dijo a la policía queOkkhoy fue atacado por dos muchachos en una pelea de juego que se salió de control.
“¿Dos niños pequeños fueron capaces de tal brutalidad? ¿y usted cree eso?”, le preguntó el incrédulo padre.
“Sí, ahora déjenos hacer nuestro trabajo”, le dijeron, antes de correrlo del lugar.
Abed decidió apelar. Pero ahí también le dijeron que la policía manejaría el asunto.
En el juzgado, ese día fue Khan quien, como promotora de la Fundación de los Derechos Humanos de Bangladesh, desafió al status quo.
Cuando un estudiante universitario fue torturado hasta la muerte en custodia policial, ella representó a la familia. Cuando unos oficiales violaron a una mujer y destruyeron la evidencia, ella los llevó hasta la corte. Y cuando un mando de alto nivel vendió a niños huérfanos desde su casa, ella se aseguró de que fuera condenado.
“Vi al padre ahí parado indefenso ante el juez y no dejaba de pensar que ahí había un niño lastimado, sin remedio”, recordó.
Khan decidió que lo primero que necesitaba el caso era atención, por lo que contactó a una estación de televisión local.
“Ningún niño debería pasar por esto”, dijo ella.
La respuesta de una nación enojada fue inmediata.
La alta corte le pidió a las autoridades que iniciara una investigación.
Y en pocos días, el Batallón de Acción Rápida llegó a cinco sospechosos y los acusó de intento de homicidio.
“El niño quiso discutir con nosotros y le pegué con un ladrillo en la cabeza”, detalló uno de los hombres en una confesión televisada.
En un tono maquiavélico, él volvió a contar el ataque, nombrando a cada uno de los participantes.
“Después de que le pegué en la cabeza, cayó al piso. Uno de los hombres dijo que le cortáramos el pene y yo se lo corté. Alguien más cortó su pecho y su estómago. Un tercer atacante sostuvo su cabeza y rebanó su garganta”.
¿Por qué escogieron a Okkhoy?
Fue venganza, dijo su padre.
Abed había discutido con uno de ellos en un local de té.
“Me dijo, 'Espera y verás, agarraré a tu hijo y lo haré trabajar para mí' ”.
Las autoridades aún buscan a los otros supuestos miembros de la banda. Para asegurar que Okkhoy y su familia estén a salvo, fueron llevados a un recinto del batallón.
“Mientras tenga su veneno, una serpiente siempre atacará”, dijo Abed. “Quién sabe cuantos niños han sufrido lo mismo por culpa de esta banda. Nosotros somos la familia que los desenmascaró, siempre querrán destruirnos”.
Un correo electrónico basta
Entre las cadenas que documentaron la historia de Okkhoy estuvo CNN. Un empresario a casi 13.000 kilómetros de distancia en Columbus, Ohio, llamado Aram Kovach conoció el caso.
“Por lo general, cuando vemos algo horrible en la tele pensamos, 'Oh Dios, eso es terrible'. Pero después seguimos adelante”, dice Kovach.
Pero esta historia “cada vez era peor y peor”.
“Llegaba al final, y decía "Está bien, tenemos que ayudar a este niño. Tenemos que hacer algo”.
Él mismo reconoce que ha tenido una vida cómoda.
Su padre fue un físico nuclear en Yugoslavia, así que le pidió al gobierno de Estados Unidos que le mandaran los papeles de inmigración de la familia en un sobre mientras vacacionaban en el Mar Adriático, y de ahí los enviaron por avión a Estados Unidos.
“Tenía 12 años y le escribí a mis amigos, 'tienen que venir a Estados Unidos’ ”, recuerda. “Llegamos como la realeza, como estrellas de rock. No tenía idea de que esa no era la experiencia de todos”.
Hoy, la compañía de Kovach crea tecnología para las empresas que quieren tener presencia en el e-commerce y le va bastante bien.
Siempre quiso involucrarse en la filantropía, pero siempre pensó que lo haría con una carrera más evolucionada.
“Leí acerca de Warren Buffetts y de Bill Gates, que daban millones y millones de dólares, y siempre sentí que cuando llegara a ese momento sería porque tendría mucho dinero y no sabría qué hacer conmigo mismo”.
Unos días después, Kovach mandó un simple correo electrónico a CNN.
“Me conmovió tanto esta historia que por varios días no podía quitármela de la cabeza”, dijo. “Mi esposa y yo queríamos ayudar a la familia de alguna manera”.
Cinco minutos de televisión estaban a punto de cambiar las vidas de ambos.
Preguntas sin respuesta
Urólogos en Bangladesh habían hecho lo que podían para conservar la uretra del niño, para que pudiese orinar a través de la cavidad que le hicieron para que pudiera pararse.
Pero lo que necesitaba era un pene.
La cirugía es especializada y no está disponible en Bangladesh.
“Necesita verse como un niño otra vez”, dijo Khan. “La sanación psicológica solo puede ocurrir después de la recuperación física”.
Pero hay demasiadas preguntas sin respuesta: ¿El gobierno dejará que el niño salga de la custodia y vuele para realizarle la cirugía? ¿A dónde iría? ¿Quién reuniría a los cirujanos? Y aunque todo eso funcionara, ¿cuánto costaría?
Hubo momentos en los que la esposa de Kovach, Branka, se preocupaba.
“Hice la cuenta. 'A lo mejor podemos hacer que 150 personas donen 100 dólares cada una', pensamos. Después dijimos, 'Bueno, no todos van a dar 100 dólares. Veamos si dan 50'. Y de pronto, necesitas pedirlo a 300 personas. Y es así como pienso que ni siquiera conozco a 300 personas”.
Pero estaban dispuestos a hacerlo.
“Tengo un optimismo innato porque creo que todo es posible”, dijo Kovach.
Pasaron meses.
Un padre preocupado
Dentro del recinto del Batallón de Rápida Acción, donde viven Okkhoy y su familia, el niño pasa sus días jugando con un balón de soccer maltrecho. Maneja una bicicleta hechiza. En cuanto amanece, se pone en fila junto a los demás soldados.
“Me visita de vez en cuando. Yo también lo visito y jugamos juntos y discutimos muchas cosas”, dice Sohail, comandante de batallón. “Incluso después de todo lo que pasó, él se sigue riendo”.
Pero la familia, dice el padre de Okkhoy, está devastada.
Antes del ataque, ellos vivían en una choza de una habitación con techo de lámina, al final de un sucio y angosto callejón en Kamrangirchar, un relleno sanitario convertido en un vecindario de Dhaka que alberga a más de 400.000 residentes en 3 kilómetros cuadrados.
“En ese tiempo, la vida era buena”, dice Abed. “Aunque solo teníamos una comida al día, todo estaba bien. Ahora hay miedo en mi corazón. Sí, estamos en custodia protectora, sí, nos mantienen a salvo. Pero el miedo siempre está ahí”.
El recinto del batallón es espacioso, más verde, más limpio.
Okkhoy, su padre y hermano mayor viven en los cuarteles de los hombres, su madre y su hermana menor en el de las mujeres.
Abed dice que su esposa pasa los días aturdida, murmurando incoherentemente para sí misma. “Alá, regresa al hijo que se llevaron”, reza a diario.
Él confiesa que se derrumba cuando su hijo no está cerca.
“Ellos destruyeron nuestras vidas, a la familia. Ya no hay esperanza para nosotros”, dice él.
Okkhoy nunca ha ido a la escuela. Solo tiene una meta en su cabeza: quiere ser parte del batallón y ver colgados a sus atacantes.
“Quiero ser un miembro del RAB y nada más”, dice él. “Cuando crezca, quiero llevarlos a la justicia”.
Ese tipo de pláticas preocupan a su papá.
“Mi miedo más grande es que él empiece a pensar, 'encontraré a la persona que me hizo esto y le haré lo mismo'. Vivirá en un mundo de venganza".
“No quiero esto. No quiero ser el padre de un terrorista”.
Todo se complementa
John Gearhart es director de urología pediátrica en el Centro Infantil del Johns Hopkins en Baltimore, Maryland.
Como uno de los urólogos más prominentes de la nación, ha tratado a cientos de niños que nacieron con defectos o genitales mixtos.
Si alguien podría ayudar a Okkhoy, es él.
CNN lo contactó. Y él aceptó.
“Simplemente no puedo imaginar que un ser humano le haga esto a otro, sinceramente”, dice él. “Y aunque él es de Bangladesh y yo estoy en Baltimore, el poder cambiar la vida de un niño es la razón por la que estudias pediatría”.
Gearhart reúne a otros colegas, quienes al igual que él, aceptaron donar su tiempo.
Con un equipo médico listo, el resto de las piezas pronto se acomodan.
Qatar Airways ofreció a Okkhoy volar gratis. Personal en la oficina de Bangladesh de la Organización Internacional de Migración lo preparan acerca de lo que podría suceder en Estados Unidos. Y Kovach está de acuerdo en pagar por los gastos del resto de la familia.
“Dicen que los ángeles viven en el cielo”, exclama un entusiasmado Abed. “Estas almas compasivas son prueba de que también viven entre nosotros”.
Una pregunta latente
Una tarde, padre e hijo, acompañados por su guardián elegido por la corte Alena Khan, vuelan al Aeropuerto Internacional de Dulles. Les tomaría una hora más en el tráfico de la hora pico de viernes para llegar a la casa cerca del hospital de Baltimore donde vivirá la familia durante el próximo mes.
“Has estado en nuestras mentes por casi un año. Estoy contento de conocerte y de que estés aquí”, dice Kovach cuando llega Okkhoy.
La vida real muchas veces supera a las películas.
No hay imágenes de un Okkhoy en deuda, corriendo y abrazando a Kovach. Está encantado con la maleta llena de juguetes que el empresario le ha traído, pero está cansado y sufre por el cambio de horarios.
También su padre está agotado por el vuelo de 17 horas y desconfía de las motivaciones de este desconocido.
Al día siguiente, cuando Kovach lleva a la familia a conocer la ciudad,Abed decide hacer la pregunta que le preocupa.
“Solo tengo una pregunta: ¿por qué hace esto?”, le pregunta en bengalí.
“Porque lo quiero”, dice Kovach por medio de un traductor. “Sentí su pena, sentí su dolor y yo solo quería hacer algo. Quiero decir, si hubiera sido yo, esperaría que alguien más hiciera lo mismo por mí”.
Mientras habla, Abed escucha silencioso. Lágrimas llenan sus ojos.
“Gracias, gracias”, dice en su mal inglés.
Los dos hombres se abrazan.
“Simplemente es lo que hacemos”, dice Kovach. “Es simplemente lo que hacemos como seres humanos”.
Las lágrimas se secan y la tensión se resuelve, Abed se relaja y disfruta el día con su hijo.
Han pasado por muchas cosas y aún falta mucho más.
Noticias poco alentadoras
Para un niño que pasó tres meses en el hospital, Okkhoy está sorprendentemente tranquilo en el Centro Infantil.
Está impactado por el contraste. Es limpio, lleno de color, tranquilo, lo opuesto a las mugrosas y apestosas instalaciones médicas a las que ha ido.
“Mi corazón aletea como una mariposa”, dice él.
Para su padre, el ambiente no quiere decir nada si la cirugía no es exitosa. Y tiene una clara medida para el éxito: ¿mi hijo podrá tener hijos?
Durante las consultas preoperatorias, le hace la misma pregunta una y otra vez a cada doctor.
Y cada cuestionamiento tiene la misma reacción reservada: esa es la gran incógnita.
“Hemos visto jóvenes regresar de Iraq, lastimados con granadas impulsadas con cohetes y otras cosas más severas que estas”, dice Gerhart. “Pero cuando se trata de una lesión hecha de una persona a otra, en un niño, esta es la lesión genital más severa que he visto en mis 23 años como médico”.
Admite que la cirugía no será fácil.
“Esta es una operación que no está en ningún libro”, dice él. “Haremos esta operación en la marcha”.
El doctor Richard Redett, cirujano plástico, y el doctor Dylan Stewart, cirujano de trauma pediátrico, son parte del equipo.
Los doctores planean tomar tejido del antebrazo de Okkhoy, entre su codo y su muñeca, y reconstruirlo con forma de pene. Después trasplantarán el órgano.
Se verá como un pene normal, dice Redett, pero no será totalmente funcional. Los estudios del hospital han revelado que su ataque ha dejado poco tejido del pene alrededor de la lesión.
“Lo malo de la operación es que no podrá volver a tener una erección normal, necesitará ayuda cuando sea mayor”, explica Redett.
Traducen la información.
Impactado e incrédulo, Abed le pide al doctor que repita eso. Quiere asegurarse de que entiende perfectamente lo que le dijo el doctor.
“Cuando tenga la edad y esté listo para comenzar una familia, ¿qué dijo que necesitará?", pregunta.
El niño tendrá que viajar a Estados Unidos, dice Redett, para que los doctores puedan poner un implante que le permita tener una erección.
Y todavía después de eso, añade, Okkhoy necesitará la ayuda de un doctor de fertilidad para procrear exitosamente.
La noticia devastó a Abed.
Él esperaba que el viaje al hospital Josh Hopkins haría que todo estuviera bien, porque gran parte de la vida de Okkhoy no lo estaba.
Abed, jalador de carretas, vendió su furgoneta y su casa para pagar el tratamiento de su hijo en Dhaka. Su familia se esconde por sus deudas.
Sabe que no habrá un viaje de regreso. La realidad no lo permitirá.
Cuando la familia regresa a la casa de la ciudad, Abed está fuera de control.
“¡¿Cirugía plástica?! ¡¿vinimos hasta aquí para una cirugía cosmética que no arreglará nada?!”, le preguntó irritado a Khan, abogada de derechos humanos.
Ella piensa qué decir. ¿Qué podría compensar las expectativas de un padre?
“Ten fe en Dios”, dice finalmente. “Dios tiene grandes planes para tu hijo”.
Un juicio espera
De regreso en casa un difícil juicio espera, uno donde Okkhoy tendrá que subir al estrado para revivir, segundo a segundo, lo que le hicieron.
“Esperamos que haya un castigo apropiado”, dice Sohail, comandante del batallón. “Un castigo ejemplar para estos criminales y que todo el país se entere”.
La banda, de acuerdo con oficiales del batallón, ha mutilada a al menos otros cinco niños, todos más o menos de la edad de Okkhoy.
Uno de los hombres confesó que la banda tenía encerrados a los niños por meses en lugares pequeños, incluso, en barriles y no les daban comida.
Después los mandaban a mendigar.
Cada niño traería de regreso el equivalente a 7 dólares al día. La banda se quedaba con todo excepto por 25 centavos de cada lote.
Los niños empleaban esos centavos para comprar su comida.
Con o sin Okkhoy, el negocio seguiría.
“Él es el único testigo, el único testigo que vio todo con sus propios ojos”, dice Sohail. “Sin su declaración, sin que él testifique en la corte, no ganaremos este caso”.
El testimonio de Okkhoy es crucial por otra razón.
El batallón tiene la reputación de manipular las confesiones, y los grupos de derechos humanos los han acusado desde hace mucho tiempo de tener mano dura al hacer justicia.
El último reporte del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre derechos humanos en Bangladesh acusa al batallón de usar "una fuerza letal sin garantía". Y al gobierno, de guardar las cifras de cuántos asesinatos extrajudiciales han cometido.
Sohail, comandante del batallón, lo ve de diferente manera.
“Los activistas de derechos humanos y nuestro estilo de trabajo puede ser diferente, pero la meta es la misma: proteger los derechos humanos de las víctimas inocentes”, dice él.
El gran día
Es la mañana de la cirugía, y Okkhoy se levanta antes de que salga el sol. No demuestra su nerviosismo.
Le hace caras al staff, y trata de impresionarlos con el inglés que ha aprendido desde que llegó hace seis días. “1,2,3,4”, cuenta con sus dedos.
Sorprende a todos los que se reúnen con él.
“Para un niño que ha pasado por este tipo de trauma, y con visitas a tantos doctores, no puedo creer que no le asusten los hospitales, no le tiene miedo a los médicos”, dice Gearhart.
Mientras lo llevan a la sala de operaciones, Okkhoy hace una seña al levantar su pulgar.
Mientras está acostado en la mesa canta, “Vamos, ya vamos”.
“Sé valiente”, le dice su padre. “No te preocupes”.
“No lo estoy”, contesta. “¡No tengo miedo!”
Beep, beep, beep, suenan las máquinas.
Son las 9 de la mañana y un equipo de doctores y enfermeras se preparan para una operación complicada que podría tomar de 8 a 10 horas.
Afuera, Abed camina de atrás hacia adelante, sus brazos cruzados tras él, su cabeza inclinada.
Es la segunda vez que tiene que ver a su hijo en un hospital y claramente está nervioso.
Le llama a su esposa en Bangladesh.
“La cirugía durará toda la noche”, le dice a ella. “Ve por un megáfono y dile a todo el vecindario que rece por él. Ahora está en manos de Dios”.
Checa su reloj, apenas son las 9:05 de la mañana.
Dentro de la sala de operaciones, Gearhart se alista para hacer la primera incisión.
Lo que esperan los doctores es que le hayan dejado a Okkhoy el suficiente tejido en su pene, escondido dentro de su cuerpo.
Las pruebas que le hicieron durante la semana dicen que no. Pero algunas veces se pueden equivocar.
Ahora todo depende de lo que encuentre Gearhart.
“Entonces, veamos”, dice él.
Pasan unos minutos.
Gearhart: “Te digo Rick, estoy animado, ¿sabes?, realmente lo estoy”.
Redett: “Lo bueno es que también es sensato”.
Gearhart: “¡Es sensato, absolutamente! El Buen Señor lo hizo sensato. … ¿Nos pueden dar una regla? ¡Sí! ¡Bueno para él!”.
Exactamente 34 minutos después de que entró a la sala de operaciones, Gearhart sale y va directo a la sala de espera.
“Tenemos noticias maravillosas. Noticias maravillosas”, empieza.
En los hombres, parte del pene está dentro del cuerpo, metido dentro de la pelvis y pegado al huso púbico. Piensa en un árbol en donde solo vemos la parte que está en la superficie de la tierra, no toda la raíz escondida debajo.
“Después de que quitamos todo el tejido cicatrizado y la piel, encontramos que hay una buena cantidad de pene debajo, que se puede usar”, dice Gearhart.
“Por lo que no tendremos que construirle un nuevo pene”.
Los doctores también descubrieron que podrán mover la uretra hacia la punta del pene de Okkhoy. Ya no tendrá que usar el orificio.
“¡Oh muy buenas noticias!, ¡muy buenas noticias!”, exclama Abed.
Pronto sabe que hay más razones para celebrar.
El tejido del pene es "sensato" lo que quiere decir que Okkhoy podrá tener sensaciones y erecciones. Y que el tejido hará que su pene crezca al mismo tiempo que lo haga Okkhoy.
Abed no puede contener sus lágrimas.
“Ay Alá”, suspira con alivio y agradece a la divinidad.
También Khan llora. Ella ha estado al lado de la familia por más de un año, luchando por Okkhoy.
“Todos estos meses, toda la preocupación ha rendido frutos”, dice ella.
En lugar de 10 horas en la mesa de operaciones, la cirugía se lleva no más de tres.
El equipo de Redet usa piel del muslo de Okkhoy para la base del pene y tejido de su cachete interior para crear el glande, o la punta.
“No me pudo haber ido mejor”, dijo después. “Absolutamente la mejor solución”.
Futuro prometedor
Los niños son resistentes, entonces la recuperación de Okkhoy es rápida.
Lo dan de alta en el hospital menos de una semana después de la cirugía, pero necesita quedarse durante tres semanas más para que los doctores lo puedan monitorear en caso de infección.
Le han prohibido la actividad física, lo que quiere decir que no puede patear su amado balón de futbol.
Eso la da una excusa a Khan para darle clases con un libro de imágenes y le pueda enseñar el alfabeto.
“A. B. C. D”, Khan señala las letras y lee en voz alta.
“A, B, Chi …”, repite Okkhoy.
“No Chi. Di 'C’ ”, lo corrige.
Khan quiere que Okkhoy sea la primera persona en su familia en tener una educación.
“El sueño que tengo es que crezca y dedique su vida al servicio de la gente”, dice ella. “Que vea que no cualquiera sobrevive a lo que pasó”.
Es un sueño que Kovach y su esposa también comparten. Los dos quieren hacer un fondo para que los estudios de Okkhoy sean posibles.
Antes de dejar Baltimore, otra vez le preguntan a Okkhoy qué quiere ser de grande.
Hasta ahora, su respuesta había sido la misma: miembro del Batallón de Acción Rápida para vengar su ataque.
No esta vez.
“Quiero ser doctor”, dice sin perder fluidez, “porque quiero salvar personas. Y cuando lo haga no voy a cobrar nada”.
Un trabajador del hospital sugiere que tal vez un día, Okkhoy será cirujano en el Johns Hopkins.
“¿No sería un milagro?”, dice ella. “Esta historia está llena de milagros”, responde el padre de Okkhoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario