Vejez, un concepto fluido que caprichosamente cambia y reacciona a los vaivenes de la vida. Años atrás para mí la vejez era otra cosa, la percibía en el horizonte, lejana, opacada por las realidades de una vida joven y saludable. En la península de Nicoya, en Costa Rica, ese difuso horizonte se aclaró de repente, como por arte de magia. Cuando filmamos el documental "Longevidad: zonas azules" nos dimos de boca con siglos de existencia, de vivencias, de historia.
Nuestro equipo se rindió ante esos cuerpos débiles y machacados por el tiempo pero que albergaban espíritus férreos. Después de cada entrevista, en los pocos momentos de descanso, la misma pregunta salía a relucir una y otra vez ¿me gustaría vivir 100 años o más? La respuesta nunca era monosilábica, siempre habían cláusulas, ambivalencias: “Sí, pero con salud… sí, pero si puedo disfrutar los momentos”.
Durante esos días me sentí privilegiada ante tantos años vividos, me sentí pequeña ante tanta grandeza. Aún hoy, semanas después de la experiencia, la misma pregunta revolotea en mi mente, me acosa, juega conmigo ¿Querría vivir 100 años o más? Yo no he encontrado la respuesta o quizá me da miedo encontrarla. Los centenarios que conocí lo tenían claro, no habían titubeos ni miramientos: “Viviré los años que Dios quiera”
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